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Cristo, Mediador del Nuevo Pacto

Cristo, Mediador del Nuevo Pacto

Texto base: Mateo 26:28
«Porque esto es mi sangre del nuevo pacto para la remisión de los pecados.»

Propósito del sermón: Exaltar la obra redentora de Jesucristo como el Mediador perfecto del nuevo pacto, destacando su superioridad sobre el antiguo pacto y la seguridad eterna que ofrece a través del poder transformador del Espíritu Santo en la vida del creyente.

Introducción
En la víspera de su crucifixión, Jesús se encontraba con sus discípulos en el aposento alto, participando de la cena Pascual, una celebración anual que conmemoraba la poderosa liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. En este escenario trascendental, la Escritura nos relata que Jesús tomó la copa con vino y declaró: «Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para la remisión de los pecados.»
Esta declaración, que probablemente carecía de pleno sentido para los discípulos en aquel momento, posee y ha poseído un impacto eterno para toda la humanidad. Jesús estaba anunciando que su sacrificio, y específicamente su sangre, sellaría un nuevo pacto. A diferencia del antiguo pacto, este nuevo acuerdo tiene un alcance universal, disponible para todo aquel que cree en el Hijo unigénito de Dios. Mientras que el primer pacto se fundamentaba en la letra de la ley, el nuevo pacto se basa en el poder vivificador del Espíritu Santo, obrando y manifestándose en la vida del creyente. Como bien lo expresa 2 Corintios 3:6: «Porque la letra mata, mas el espíritu vivifica.»
2 Corintios 3:5-6: «No que seamos suficientes en nosotros mismos para pensar que cosa alguna procede de nosotros, sino que nuestra suficiencia es de Dios, el cual también nos hizo suficientes como ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu. Porque la letra mata, pero el Espíritu da vida.»

I. Cristo, el Mediador Perfecto
La necesidad de un mediador surge de la inmensa brecha entre un Dios santo y una humanidad caída. Desde la transgresión en el Edén, la comunión directa con Dios se rompió, y la justicia divina exigía una expiación. Es aquí donde la figura de Cristo se vuelve indispensable.

a) Un Dios Santo y una Raza Caída
La santidad de Dios es absoluta e inmutable, incompatible con el pecado. El hombre, por su parte, nace en pecado y está separado de su Creador. Esta realidad hace imposible que el ser humano se acerque a Dios por sus propios medios. Hebreos 7:25 nos asegura que Cristo «puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.» Su intercesión constante es la garantía de nuestro acceso a la presencia divina.

b) Un Mediador Hombre y Divino a la Vez
Para ser un mediador efectivo, era necesario que poseyera la naturaleza de ambas partes: la divina para representar a Dios y la humana para identificarse con el hombre. 1 Timoteo 2:5 declara: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.» Él es el puente perfecto, el único camino que nos lleva al Padre, como afirmó en Juan 14:6: «Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.»

c) Selló el Nuevo Pacto no con Tinta, sino con su Preciosa Sangre
El antiguo pacto fue sellado con la sangre de animales, un símbolo temporal que apuntaba hacia el sacrificio perfecto. Cristo, sin embargo, selló el nuevo pacto con su propia sangre, derramada en la cruz. Mateo 26:28 lo confirma: «Porque esto es mi sangre del nuevo pacto para la remisión de los pecados.» Su sangre no solo cubre, sino que remueve el pecado, ofreciendo una redención completa y eterna.

Ilustración: El Perdón de Lincoln
Durante la Guerra Civil Americana, un joven soldado fue condenado a muerte por deserción. Su madre viajó a Washington para suplicar al presidente Lincoln que perdonara a su hijo. Lincoln, conmovido por el amor de la madre, escribió el perdón presidencial y se lo entregó. Pero aquí está lo extraordinario: Lincoln no solo firmó el perdón, sino que cuando la madre no tenía dinero para el tren de regreso, el presidente pagó personalmente su boleto. El perdón estaba firmado por la máxima autoridad, pero el costo personal demostró el valor del perdón. De la misma manera, Cristo no solo tenía la autoridad divina para perdonar, sino que pagó personalmente el precio con su propia sangre. Su sacrificio no fue solo un acto de autoridad, sino una expresión de amor incondicional que cubrió el costo total de nuestra redención.

 

II. Características del Antiguo Pacto
El antiguo pacto, aunque divinamente instituido, reveló la incapacidad del hombre para cumplir con las demandas de la ley y la necesidad de una gracia superior. Sus características, aunque pedagógicas, subrayaban la imperfección humana y la provisionalidad de sus medios.

a) Leyes Difíciles de Cumplir
El antiguo pacto se caracterizaba por un conjunto exhaustivo de leyes y mandamientos que, si bien eran justos y santos, resultaban una carga insoportable para el ser humano caído. En Hechos 15:10, Pedro se refiere a este yugo que «ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar.» La ley, en su rigidez, exponía el pecado y la debilidad del hombre, pero no proveía el poder para superarlos. Jesús mismo dijo: «Mi yugo es fácil y ligera mi carga», contrastando la libertad del nuevo pacto con la opresión de la ley.

b) Continuos Sacrificios
Bajo el antiguo pacto, la remisión de pecados requería sacrificios constantes de animales. Estos sacrificios, aunque necesarios, solo podían cubrir temporalmente el pecado, no eliminarlo por completo ni limpiar la conciencia de forma definitiva. Hebreos 9:13-14 lo explica claramente: «Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?» La repetición de los sacrificios era un recordatorio constante de su insuficiencia.

c) Basado en Obras
El antiguo pacto operaba bajo el principio de las obras: «Haz esto y vivirás.» Aunque Dios lo había establecido, la tendencia humana lo transformó en una religión de méritos y penitencias, donde la salvación parecía depender del esfuerzo propio. Esto llevó a una frustración constante, como se refleja en la expresión «Estoy cansado de la sangre de becerros y machos cabríos», que alude a la futilidad de los ritos sin un corazón transformado. Las penitencias y el legalismo se convirtieron en sustitutos de una relación genuina con Dios.

Ilustración: La Fotografía de Placas vs. la Película en Rollo

En los primeros días de la fotografía, los fotógrafos tenían que preparar cada placa fotográfica individualmente, aplicar los químicos, tomar la foto rápidamente antes de que se secara, y luego revelarla inmediatamente. Era un proceso laborioso que había que repetir para cada imagen. Pero cuando llegó la película en rollo, un solo carrete podía tomar múltiples fotos sin tener que repetir todo el proceso químico cada vez. El antiguo pacto era como la fotografía de placas: cada pecado requería un nuevo sacrificio, un nuevo proceso. Pero el nuevo pacto es como el rollo de película: el sacrificio único de Cristo cubre todos los pecados de una vez y para siempre, ofreciendo una redención completa y duradera.

 

III. La Superioridad del Nuevo Pacto
El nuevo pacto, mediado por Cristo, no es una simple mejora del antiguo, sino una realidad cualitativamente superior, que ofrece una relación con Dios basada en la gracia, la perfección y la eternidad.
a) Cristo, el Gran Sumo Sacerdote sin las Limitaciones de los Anteriores
A diferencia de los sumos sacerdotes levíticos, que eran pecadores y debían ofrecer sacrificios por sus propios pecados antes de interceder por el pueblo, Jesús es nuestro gran Sumo Sacerdote, perfecto y sin pecado. Hebreos 4:14-16 nos invita a acercarnos confiadamente al trono de la gracia, porque tenemos un Sumo Sacerdote que «fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.» Su sacrificio único y perfecto nos permite un acceso directo y sin temor al Lugar Santísimo, derribando la barrera que antes nos separaba de Dios. El velo del templo se rasgó en dos, simbolizando que el camino a la presencia de Dios estaba ahora abierto para todos los creyentes. La «acta de los decretos» que nos era contraria fue anulada y clavada en la cruz, y Cristo despojó a los principados y potestades, triunfando sobre ellos públicamente.

b) Hizo Perfectos para Siempre a los Santificados
El antiguo pacto, con sus continuos sacrificios, solo podía cubrir el pecado temporalmente. El nuevo pacto, sin embargo, a través de la «sola ofrenda» de Cristo, nos ha hecho «perfectos para siempre a los santificados» (Hebreos 10:14). Esta perfección no se basa en nuestras obras, sino en la obra consumada de Cristo. Hemos sido lavados, santificados y justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Corintios 6:11). Este pacto está basado en mejores promesas, y su cumplimiento final se materializará cuando los creyentes sean redimidos y llevados a la presencia eterna del Señor, donde seremos semejantes a Él y le veremos tal como es (1 Juan 3:2).

c) Es un Pacto Eterno
La eternidad del nuevo pacto radica en la persona de su Mediador. Cristo, quien estuvo muerto y resucitó, vive para siempre, y su sacerdocio es inmutable (Hebreos 7:25, Romanos 8:34, Apocalipsis 1:18). A diferencia de los sacerdotes levíticos que morían y eran reemplazados, Jesús permanece para siempre, garantizando la perpetuidad de este pacto. Su obra redentora es completa y definitiva, habiendo obtenido «eterna
redención» (Hebreos 9:12). La obra del Espíritu Santo en la vida del creyente — regeneración, justificación, santificación y redención final— es una manifestación continua de la eficacia de este pacto eterno.

Ilustración: El Testamento Inquebrantable
Imaginemos un testamento o última voluntad. Mientras la persona que lo redacta está viva, el testamento puede ser modificado, revocado o alterado. Sin embargo, una vez que la persona fallece, ese testamento se vuelve inquebrantable, legalmente vinculante y sus disposiciones deben cumplirse al pie de la letra. Su validez no depende de la memoria o la buena voluntad de los herederos, sino de la muerte del testador y la autoridad de la ley. Así es el nuevo pacto. No es un acuerdo temporal sujeto a cambios o a la inconstancia humana. Fue ratificado por la muerte de Jesucristo, el Testador divino. Su sangre derramada no solo lo selló, sino que lo hizo eternamente válido e inmutable. Las promesas de este pacto no pueden ser revocadas ni fallar, porque están garantizadas por la vida resucitada de Cristo y la autoridad inquebrantable de Dios. Es un testamento eterno, cuyas bendiciones están aseguradas para todos los que creen.

 

Conclusión
La carta a los Gálatas resuena con un eco poderoso: Pablo enfatiza la vital importancia de permanecer firmes en la libertad con la que Cristo nos ha hecho libres. Esta libertad no es una licencia para el libertinaje, sino una liberación del yugo de la ley y del poder del pecado, para vivir bajo la guía del Espíritu. Romanos 8:1 declara con autoridad: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.»

Somos, en verdad, ministros de un nuevo pacto, un pacto fundamentado en promesas superiores y una gracia inmerecida. ¡Cuánto debemos agradecer a Dios por su infinita misericordia y por habernos hecho partícipes de las invaluables bendiciones de este nuevo pacto! Tenemos un gran Sumo Sacerdote que puede compadecerse de nuestras debilidades, uno que ha experimentado nuestras tentaciones, pero sin pecado. Con razón el escritor a los Hebreos nos interpela: «¿Cómo escaparemos si descuidamos una salvación tan grande?»Nuestra mente finita apenas puede comprender la plenitud de este misterio, pero oramos para que, por medio de su Espíritu Santo, Dios nos revele la inmensurable e infinita riqueza de las promesas y bendiciones que están escondidas en este nuevo pacto, sellado con la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo.

La Biblia es clara: no hay escapatoria para aquellos que rechazan la obra redentora de Cristo y consideran inmunda la sangre del pacto. Hebreos 10:29 nos advierte sobre el «mayor castigo» que merecerá quien «pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia.»
Si aún hay incertidumbre en nuestros corazones, este es el momento propicio para venir a Jesús y entrar en su reposo, un reposo que solo se encuentra a través de la sangre del nuevo pacto, la sangre de nuestro Señor Jesucristo. ¡Amén!

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